Acérquense al borde, les dijo.
No podemos, tenemos miedo, contestaron.
Acérquense al borde, repitió.
Y se acercaron.
Y llegó el momento en el cual el riesgo de quedarse un capullo apretado se hizo más doloroso que el riesgo de florecer.
Y llegó el día cuando el riesgo de permanecer atrapado dentro del brote era más doloroso que arriesgarse a florecer.